Yessica «Kika» Chávez
En diciembre de 2024, Yessica “Kika” Chávez recibió una llamada que marcaría un antes y un después: su nominación al Salón Internacional de la Fama del Boxeo. Tras años lejos del ring y una fuerte depresión, esa noticia la despertó. “Pesaba 80 kilos, estaba mal”, recuerda con honestidad.
Volver al ring fue más que una decisión deportiva; fue una declaración de vida. En junio de 2025, viajó a Canastota, Nueva York, para recibir el anillo que la consagra como leyenda. No fue un premio, fue un reencuentro con su esencia.
Kika ha vivido toda su vida en Ecatepec. Desde ahí, ha levantado su carrera y su espíritu. “Es tal el amor que tengo por el boxeo, que la gente no podría comprenderlo”, dice. Su pasión no cabe en una vitrina: se refleja en cada golpe que da y cada obstáculo que supera.
El legado que deja no solo está en títulos, sino en ejemplo. Su hija, Alondra, ha elegido un camino diferente: el arte. “Vamos a regresar a Nueva York con todas mis obras”, le dijo. Y Kika, lejos de imponerle el suyo, la impulsa a crear el propio.
“Quiero que tenga sus propios zapatos”, dice Kika, quien hoy entiende que el verdadero éxito no es solo subir al ring, sino levantarse una y otra vez fuera de él. Porque el boxeo no solo la hizo campeona: le devolvió la vida.
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