Opinar por opinar: el deporte favorito en el conflicto Israel–Palestina

by Editorial

Por Kary Fernández

Hay una epidemia silenciosa que no distingue credenciales académicas ni pasaporte diplomático: la del “experto de sofá”. (Si yo soy una, pero en el sofá hay libros que estudio!). Y se pone en su máxima expresión cada vez que surge un nuevo episodio de violencia en el conflicto Israel–Palestina. De pronto, todos saben de historia del Medio Oriente, todos dominan geopolítica, y hasta el vecino que apenas terminó la secundaria se convierte en analista internacional de tiempo completo en X.

La pregunta es: desde cuándo tener boca se volvió sinónimo de tener razón?

El conflicto entre Israel y Palestina no se resume en un meme ni en un post incendiario en redes sociales. Estamos hablando de décadas de guerras, tratados fallidos, resoluciones internacionales que se archivan más rápido de lo que se imprimen, y de un mar de dolor humano que ninguna postura radical puede sanar. Pretender explicarlo en un “Israel es el malo” o “Palestina es el agresor” es tan ridículo como pretender que una selfie con filtro resuelva el calentamiento global.

Si no eres palestino ni israelí, si no has vivido con sirenas que anuncian misiles ni con bloqueos que duran semanas, lo mínimo que deberías tener es respeto. Y si además no has leído una sola fuente seria, si tu análisis geopolítico se limita a un reel de TikTok, lo mejor es cerrar la boca antes de opinar con la misma seguridad con la que recomiendas tu serie favorita en Netflix.

No se trata de lavarse las manos. Sí tenemos derecho a sentir empatía, a condenar la violencia y a exigir que los gobiernos del mundo respeten el derecho internacional. Pero hay una diferencia abismal entre empatizar y pontificar. La primera humaniza; la segunda simplifica y distorsiona. Y, en este caso, simplificar significa borrar la vida de miles de personas que sufren cada día, en ambos lados de la frontera.

La postura más sensata, si eres mexicano y no has estudiado a fondo el tema, es clara: reconoce la complejidad, defiende la vida humana sin banderas, apoya las vías pacíficas y, sobre todo, escucha antes de hablar. Porque emitir juicios sin contexto no es valentía, es irresponsabilidad. Y vaya que nos sobra ruido irresponsable en este mundo.

El conflicto Israel–Palestina no necesita más opinólogos de banqueta. Necesita ciudadanos conscientes que entiendan que su papel no es alimentar la hoguera de la polarización, sino exigir que los líderes mundiales dejen de jugar a la diplomacia selectiva. Si realmente quieres ayudar, infórmate con fuentes confiables, apoya causas humanitarias que trabajan en la región y, cuando abras la boca, que sea para sumar, no para repetir propaganda disfrazada de análisis.

Al final, opinar sin contexto sobre un conflicto que no vives ni entiendes es tan inútil como dar consejos matrimoniales cuando nunca has tenido pareja. La diferencia es que aquí las consecuencias no son discusiones de domingo, sino vidas humanas que se pierden todos los días.

Así que la próxima vez que quieras tuitear una “gran verdad” sobre Israel o Palestina, recuerda: no se trata de callar por cobardía, sino de respetar el peso de la historia y la dignidad de la gente. Porque sí, todos tenemos boca. Pero no todos tenemos el derecho de usarla para banalizar tragedias.

Just saying …

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