La autoridad ha muerto. Larga vida al celular!

by Editorial
  • El miedo cambió de dueño, y ahora vive en la nube. Literalmente.

“Antes te cuidabas de no meter la pata frente a un policía; ahora te cuidas de no hacerlo frente a alguien con batería al 30% y datos ilimitados.”

Hubo un tiempo —y no hace tanto— en el que el miedo olía a tinta de sello oficial y a cuero de bota pulida. Bastaba ver al policía de la esquina, al juez con cejas como garras o a los padres con su infalible “porque lo digo yo” para enderezar la espalda y bajar la voz.

La autoridad era un tótem vertical, imponente, indiscutible. Bastaba un ceño fruncido para replantearte la vida entera.
Pero el tótem se cayó… y vimos que debajo del uniforme había personas igual de frágiles, con errores, chismes y deudas. Las instituciones ayudaron a rematar su propio prestigio, y el miedo clásico pasó a ser pieza de museo.

Hoy, el nuevo miedo no lleva placa: lleva smartphone.
Ya no preocupa que te llame un juez, sino que te etiqueten en un video. La nueva autoridad no es vertical, sino omnipresente: un enjambre de ojos que te siguen, te graban y, si quieren, te crucifican en 15 segundos, con mala luz y peor ángulo.

Antes el miedo era: “¿y si me ve la policía?”
Ahora es: “¿y si esto termina en TikTok?”

Vivimos con la paranoia de ser convertidos en contenido: congelados en nuestro momento más ridículo, fuera de contexto y listos para juicio popular instantáneo. Poco importa si es justo: en el tribunal de internet no hay apelación, y la condena es eterna… o al menos hasta que aparezca el siguiente escándalo.

Entonces, ¿qué hacemos?
Si vamos a vivir bajo la vigilancia perpetua de todos, deberíamos decidir hacia dónde dirigir nuestro respeto. Tal vez la autoridad del futuro no deba basarse en el miedo —ni al uniforme ni a la cámara—, sino en la coherencia. En figuras e instituciones que ganen autoridad no por poder castigarnos, sino por poder inspirarnos.

La autoridad que valdrá la pena será la que podamos mirar de frente… y nosotros, voluntariamente, miremos hacia arriba. No por miedo a que nos graben, sino por admiración a cómo viven lo que predican.

Ya no hace falta un juicio para condenarte: basta un buen ángulo y un dedo rápido en ‘publicar’ para hacerte viral.

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